05 de Febrero de 2007Viajar en moto, decíamos, no es nada fácil.
Finalmente logramos continuar viaje. Luego de algunos desperfectos técnicos (que pudieron ser solucionados) emprendimos la recta final.
La llegada a La Paz fue algo perturbadora. Habíamos escuchado/leído a través de diversos medios los hechos que acontecían en la ciudad. (Paréntesis: Luego del conflicto en Cochabamba, el prefecto de La Paz se sumó al pedido de autonomía, lo que generó la ira popular y una inmediata reacción de descontento que pudo verse en las calles). Todo lo que pudimos confirmar en nuestro arribo al ver, ya desde lo lejos, una enorme cantidad de gente cortando la ruta.
Martín pescador ¿nos dejará pasar?
La cosa estaba algo confusa y el ambiente bastante caldeado. Cuadras y cuadras de camiones, micros y autos esperando se abriera el paso. Decidimos avanzar caminando algunas cuadras para ver qué pasaba. Dejamos las motos estacionadas con Caro y Paco, quienes aguardarían nuestro regreso. Al volver (sin ninguna idea de lo que pasaba ni pasaría) vemos a todos esos camiones, micros y autos avanzando a toda prisa y las motos a un costadito pidiendo un minuto de tranquilidad.
Pasamos tan pronto pudimos, en medio de un caos generalizado de humo y oscuridad…
Lo logramos. De más está decir que llegar de noche a La Paz –como a cualquier otra gran ciudad- no es nada fácil. No obstante pudimos conseguir alojamiento (accesible) relativamente pronto y allí nos dirigimos. Nos esperaban cuatro días de caminatas y visitas más que atractivas.
1º circuito turístico de Bolivia: Coroico.
Coroico es, sin lugar a dudas, un bellísimo pueblo ubicado en medio de las montañas en la zona de los Yungas. Era, hasta hace no mucho tiempo, un lugar selvático de muy difícil acceso. Sólo una ruta –conocida como la ruta de la muerte- llegaba desde La Paz. Actualmente hay una ruta asfaltada que facilita todo.
El verde acompaña cualquier visita por la zona. Tal como cuentan sus habitantes, Coroico es el 1º circuito turístico de Bolivia (dato que confirman los mapas “for export” de esos pagos).
Luego de unos días en la ciudad partimos rumbo a este destino en el que, según prometían, encontraríamos el paraíso. Buscando paz emprendimos viaje. Sin embargo al arribar comenzamos a sospechar que l(L)a p(P)az la habíamos dejado a 110 Km. de donde nos encontrábamos. El amable dueño del hotel nos daba la bienvenida intentando hacer lo que no había recaudado en todo el mes, queriéndonos cobrar exactamente el doble de lo que -días atrás- había cobrado a unos amigos (intuimos que los cascos en mano a la hora de pedir precio no salen a nuestro favor).
Luego de duras negociaciones logramos llegar a un monto razonable. El hotel, muy pintoresco por cierto, contaba con una pileta de considerable tamaño y unas habitaciones con increíble vista a la montaña. Cansados, luego de un largo viaje, nos dormimos temprano. Al día siguiente todo parecía de maravilla. Al salir del hotel notamos que todos los precios distaban significativamente de los acostumbrados (la viveza no es sólo argentina). Ok. Estamos en este alucinante lugar ¿por qué molestarnos? Disfrutemos del día y la pileta.
¿Para qué contarles?!! Al ingresar nuevamente al alojamiento advertimos que la pileta (que pensábamos utilizar a la brevedad) se encontraba ocupada –cual colonia de vacaciones- por 10, 15… 100 niños de todas las edades y tamaños, chapoteando como si nada pasara!
Qué loco, pensamos, el hotel parecía vacío. Sí, amigos, efectivamente se encontraba ocupado por un insignificante número de personas que, como imaginan, nos encontrábamos fuera –bueno, lo más lejos posible- de la pileta. El resto de los ocupantes eran sujetos a quienes (al mejor estilo Coconor en enero), el mercader del dueño, alquilaba la piscina por el día de modo de hacerse unos manguitos.
Decidimos abandonar el tan ansiado chapuzón y nos disponemos a leer en la habitación. Pero no! Tampoco pudo ser, dado que las habitaciones (cuya increíble vista ya hemos comentado) se encontraban balconeando la pileta. Ergo, esos locos y simpáticos bajitos nos gritaban muy cerca del tímpano.
Algo cansados, nos retiramos del lugar y comenzamos la búsqueda de un nuevo –y más tranquilo- alojamiento.
Al regresar, dispuestos a comentarle al dueño los motivos por los que dejábamos la habitación, le preguntamos si era habitual tamaña cantidad de gente. A lo que responde -con el monocorde tono que lo caracterizaba- que tal evento sólo ocurría los días en que vaciaba la pileta para limpiarla (y que a juzgar por el color verdoso de la misma no sucedía con mucha frecuencia). Ahh… entonces ya no habrá niños, creímos esperanzados. Lo que hizo que desertáramos de nuestra mudanza y continuáramos nuestra estadía allí. Al día siguiente (toalla y bronceador en mano) nos disponíamos a retomar aquella tan anhelada actividad. Actividad que, una vez más, se vio frustrada al observar que la pileta se encontraba completamente vacía. En uno de sus laterales se asomaba una manguerita (el diminutivo se debe a sus 0.2 cm. de diámetro) del que caía un casi imperceptible chorro de agua que llenaría –meses más, meses menos- la gigante pileta (cosa que ocurriría durante nuestro arribo a Bs As).
Bueno, al cabo que ni quería… Partimos, entonces, rumbo a las cascadas (destino turístico obligado para quienes visitan Coroico) y más tarde emprendíamos una travesía para llegar a la Laguna Verde.
El último día nos despedía con una torrencial lluvia ¿de verano? que sospechamos ayudaría al llenado de la pileta (ventaja para los futuros huéspedes).
Nuevamente en la ruta hacia La Paz. Allí nos detenían algunos trámites mecánicos para, al día siguiente, dar por finalizada nuestra visita.
Próximo destino: Copacabana. Aquí nos encontramos de momento. El agua, a dios gracias, está a nuestros pies y no cae del cielo! El lugar es verdaderamente hermoso; mucho argentino/hippie/rebeldón (y por cierto bastante trucho) pero muy lindo y con un clima alucinante.
Mañana finalizamos nuestra estadía en este increíble país y cruzamos hacia Perú.
Nos encontramos pronto.
Un beso enorme y un fuerte abrazo.
July y Diego.