14 de Enero de 2007 desde Potosí - 2da. Parte !!“Cuchi ingenio” –o como se llame- tiene una virtud evidente: allí comienza el asfalto que conduce a Potosí. Y otras virtudes que sólo nosotros supimos apreciar: gasolina, comida, cama. Allí pasamos la noche (o allí la noche nos pasó por encima). A decir verdad, estos últimos 140 km (desde Cotagaita hasta aquí) no habían sido tan terribles: sólo había que cuidar que el termómetro no pasara los 90 grados; y en caso de que esto sucediera, había que apagar la moto hasta que se enfríe (Dos posibilidades: si el camino venía plano o en subida, sentarse al ladito, cigarrillo en mano, a esperar con paciencia que despidiera sus calores; si justo veníamos en bajada, mucho mejor, porque nos permitía apagar la moto y seguir la marcha, hasta que el reloj o la subida nos hiciera cambiar de planes)
Temprano, como casi siempre, nos dispusimos a emprender la batalla final. 40 km y por asfalto: ya nada podía pasar… O casi nada.
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A los dos kilómetros (sí, sólo dos kilómetros) se largó una lluvia torrencial –con piedras y todo- que no nos abandonó desde entonces. La llegada fue, naturalmente, algo molesta. Diluvio mediante nos dispusimos a conseguir alojamiento, tarea nada fácil en un contexto como el que nos recibía. No obstante, con algo de paciencia (y saliva) lo logramos. Un hotel llamado "Compañía de Jesús" (pueden imaginarlo, vírgenes, santos y demás yerbas en todos los rincones). Nada importaba entonces. Único objetivo: una ducha de agua caliente, bien caliente y una cama. La cama, por suerte, se encontraba, tal como lo imaginábamos. No así el agua "caliente". Luego de un agotador (y polar) día llegamos al hotel a ducharnos y dormir profundamente. Sin embargo, al abrir la ducha advertimos que la temperatura no era la esperada. En realidad, el agua salía -cual escarcha- a menos 15º. A enjuagarse rápidamente antes de conseguir el nada simpático color violeta, digno de una hipotermia. (Gracias a dios y a todos los santos conseguimos -días después y luego de un acalorado “dialogo” con la reaccionaria dueña del hostal- un alojamiento harto mas cómodo… y menos nazi).
Segundo día "Vamos a tomar una cerveza y morfar algo". Ahí fue cuando lo comprendimos todo: la temperatura de las cosas es inversamente proporcional a lo que dice ser. Así es como la cerveza "fría" es "al tiempo" (temperatura ambiente) y la ducha de agua "caliente" parece recién sacada del freezer. Pero, vamos, de vacaciones nada puede ser tan grave.
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En estos días nos hemos dedicado a descansar y recorrer la ciudad sin demasiadas preocupaciones. Pero guay que aquello que uno imagina como una actividad relajante (caminar, por ejemplo) puede ser una tarea altamente compleja. Las veredas potosinas tienen 0.5 cm . de ancho y las calles 1.30 mt. con toda la furia. A eso súmenle calles por donde sólo pasa un auto y conductores desenfrenados al volante (cuando no ebrios). Tal como contábamos, su más estimado compañero, la bocina, no les permite utilizar otro de los elementos centrales de los autos, el freno. De modo que cada esquina es un coro de bocinas que advierten el paso de uno (o más) vehículos. (Pasa, así, el primero que llega a tocar bocina... y a meter la trompa).
Página aparte merece una actividad tan básica como alimentarse. Todos aquellos que han transitado por estos lugares advierten acerca de los efectos (muchas veces adversos) de la ingesta de comidas de dudosa procedencia (“Ojo con la verdura cruda”, “tengan cuidado con la comida que venden en los puestos”, etc.). Tal precaución podría ser de gran utilidad si no fuera por un hecho que la desacredita por completo: la “carta” que ofrecen desde los más exclusivos restoranes a los más pintorescos puestos callejeros es básicamente una: pollo, en sus diversas combinaciones y modos de cocción (al spiedo, frito, al horno, en sopa, acompañado con fideos, arroz y/o papas fritas, según la ocasión). En honor a la verdad todos y cada uno de dichos lugares ofrecen, en su cartelera, una docena y media de platos de lo mas heterogéneos (e incluso exóticos) como: Ch
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airo, Jakhonta, Pique a lo macho, Picante de pollo, o el simple y previsible “almuerzo” (algo así como plato del día que incluye sopa, plato principal y postre), Cabeza de tiburón a la crema de merluza y otras exquisiteces de la zona. Sin embargo, al ingresar –siempre con un hambre a punto de desfallecer- el don o la doña que atiende nos informa “lo que queda en la cocina”. Que casualmente es… ¡pollo! (en alguna de las combinaciones que mencionábamos más arriba). No sabemos aún si tal regularidad es producto de la hora en la que ingresamos al establecimiento, una desafortunada comunicación con nuestro interlocutor (el/la mozo/a) o una suerte de condena eterna (va… por los próximos dos meses) a ingerir el “ave que no vuela”. No falta ocasión en la que, luego de recibir objeciones a cada una de las comidas que solicitamos (y morfar lo que el boliche manda), advertimos que la familia de la mesa contigua manduca –como si nada pasara- aquel plato tan anhelado (y nunca conseguido) por nosotros que, fieles a la ¿tradición?, degustamos el -a esta altura cotidiano y nutritivo-
¡pollo!.
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Otra experiencia digna de mencionar es la realización de tareas domésticas (aunque sin encontrarnos en nuestro domicilio). Hace cosa de dos días decidimos llevar la ropa al lavadero, dado que hacía varios días veníamos cargando prendas húmedas (que comenzaban a emitir olores nada gratos). Lo que no advertimos fue que el (simpático) caos generalizado de la ciudad podía trasladarse a un pequeño comercio que lava ropa. Así fue como, ingenuos nosotros, dejamos algunas cosas. Cuando regresamos en busca de nuestras prendas notamos que todo el resto de los clientes –excepto nos, claro- tenía en sus manos un papel que enumeraba meticulosamente cada una de las cosas que había dejado (tres bombachitas rosas, dos calzones bordó, una camiseta blanca y así siguiendo). Sospechábamos que lo absurdo de tamaña empresa podía tener algún sentido. Cosa que se confirmó -a la brevedad- cuando sentimos al señor de traje parado a la izquierda del mostrador gritando a la mujer de la derecha "esa camisa es mía" (con mirada acusadora de refilón a la desdichada empleada a quien le caía la gota gorda entre tal escena y la inmensa plancha a vapor que se encontraba a sus espaldas). Luego de innumerables regresos (solicitados por la dueña del boliche que mientras nos hablaba lijaba entusiasmada el mostrador donde entregaban la ropa) nos reencontramos con nuestro paquete al que, milagrosamente, solo le faltaba un par de medias!
Pero todo en Potosí / Bolivia es así: encantador.
Agregado de último momento: hoy, domingo 14 de enero, como la moto no mejoraba pero tampoco empeoraba, nos dispusimos a marchar –luego de largos y húmedos días- de Potosí a Oruro. Como siempre hacemos, nos levantamos temprano, nos aseamos lo suficiente, acomodamos los excesivos bártulos arriba de “la lastimosa” (nunca tan merecido mote) y nos dispusimos a partir. Calentamos lo motores, pusimos primera y… se cagó la bomba de agua. Seguimos en Potosí, la insoportable. ¡Qué placer viajar en moto!
Muchos besos y abrazos !!!
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