La vida es bella (o eso dicen)

26 de enero de 2007

Hola a tod@s!
Una vez más nos encontramos en éste, nuestro (virtual) espacio.
Son unos cuantos días que intentaremos resumir en las siguientes líneas (tarea nada sencilla si consideramos los últimos acontecimientos). Haremos el intento. Antes, recapitulemos. Potosí, la “inalcanzable” devino -luego de largos e inciertos días- en una suerte de pesadilla. Es, sin lugar a dudas, una bellísima ciudad colonial que (con su característico caos incluido) tiene innumerables encantos (que ya hemos comentado y no reiteraremos a fin de evitar potenciales deserciones de los lectores).

Decíamos, entre muchas otras cosas la ciudad nos ofreció un alojamiento que, con el correr de los días, se convirtió en nuestro segundo hogar. El confortable hostal se encontraba administrado por una amable familia (compuesta por padre, madre y tres simpáticos críos).
Hasta ahí lo de siempre: caminatas, visitas, descanso. Luego de una considerable (pero atinada) cantidad de días allí, decidimos marchar rumbo a La Paz. La despedida: un reconfortante chapuzón en las tibias (y profundas) aguas del Ojo del Inca. Por la noche nos disponíamos a terminar la nada grata tarea de armado de bolsos y una moderada cena daba fin a nuestro día. La mañana nos encontró intentando colocar todos los bolsos, bolsitos y demás cachivaches en los diminutos espacios de nuestra estimada compañera, la moto. Una vez concluida la tarea, sólo faltábamos nosotros. Se encienden las luces, se calientan los motores. Cruzamos la calle y… La moto pierde agua!!! Así fue, la partida sólo duró un instante. Entramos como salimos. A partir de ahí, nuestro querido y sabio amigo, Paco, comenzó la exhaustiva revisión. Minutos, horas, días, transcurrieron en el húmedo garaje de aquel hostal. La moto iba perdiendo piezas a la par de su forma. Una vez retirados los -nada despreciables- elementos de “la poderosa” (que dicho sea de paso no hace mucho honor a su apodo), el diagnóstico: la bomba de agua está rota. ¿Qué hacer? Conseguir un especialista que, con los dispositivos indicados, pudiera abrirla para comenzar su arreglo. Luego de un largo recorrido dimos con él. Sin embargo, al poco tiempo, Paco advierte que el dúctil tornero intentando abrirla (cosa que hizo) había roto un retén (como su nombre lo indica es una gomita con forma de anillo que retiene líquidos). Ergo, el agua continuaba saliendo por donde no debía. Como imaginan, dicho elemento -cuya ausencia hacía igualmente inútil a la moto- no se conseguía en Potosí. Al día siguiente Caro y Paco parten rumbo a Sucre a probar suerte. Su esperado regreso traía algo de aliento: la pieza se encontraba en nuestras manos. Ahora sólo era cuestión de tiempo y mucho trabajo. Moto armada. La prueba de fuego: encenderla. Milagrosamente la bomba ya no perdía. Ahora sí, luego de doce días, dábamos por finalizada nuestra visita.
Próxima parada: Oruro (esta ciudad es conocida por ofrecer los mejores carnavales de Bolivia). Como no podía ser de otra manera arribamos allí entrada la noche, de modo que nuestro único objetivo era encontrar un lugar donde dormir. A la mañana siguiente continuábamos nuestro viaje rumbo a La Paz. Con la vaguedad de las respuestas obtenidas sabíamos, a grandísimos rasgos, que el camino se encontraba en buen estado, aunque la distancia indicada rondaba entre los 100 y los 250 Km., según las fuentes consultadas. Eran, para ser precisos, 230 Km. los que nos separaban de La Paz (cuatro horas aproximadamente). Con nuestra habitual (aunque no siempre exitosa) previsión del tiempo partimos por la mañana. Sólo una breve parada técnica -cargar combustible- nos detenía en una estación de servicio. Brevedad que, una vez más, se convirtió en tres cuartas partes del día ya que la imposible bomba de agua ahora tenía gastado el “orring” (por favor, repriman su curiosidad, ni remota idea de qué es) lo que provocaba nuevamente una pérdida de agua.
Cual okupas -y sin haber consumido nada hasta el momento- comenzamos un despliegue de elementos diversos por toda la estación. Miradas de reojo de uno de los playeros, condenando nuestro comportamiento, nos daban la cálida bienvenida. Como podrán imaginar nada importaba entonces. Mates mediante, Paco comenzó a desarmar por enésima vez la moto. En esta oportunidad un pequeño cañito que conecta dos partes, al parecer muy importantes, nos arruinaba la existencia. Nuevamente a la zona de repuestos, esta vez en la ciudad de Oruro. De regreso, con la pieza necesaria y algunos víveres, comenzaba la reparación y un discreto almuerzo de sándwiches de mortadela y queso que alegraban nuestros estómagos.
Finalmente, cañito reparado, emprendemos viaje. ¿Qué podía pasar ahora?
Amig@s, la vida en moto no es nada, nada fácil.
To be continued…
Hasta prontito!
Juli y Die

2 comentarios:

Fer dijo...

Buenísimo poder seguirlos desde acá!! Y una envidia terrible, sana, alegre, hermosa!!!
Sigan viajando y escribiendo
Besos
Fer (el primo)

Anónimo dijo...

Vamos todabía, que se puede, no hay moto que resista con Paco (eso esperamos).
Magnífico el relato nos hace parecer que estamos viajando con Uds.
Un beso para todos, en especial para nuestra Carito.
Ali, Luis y Marijó